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¡Adivina cuánto te quiero, liebre grande! La liebre pequeña estira mucho los bracitos... ¡pero los de la liebre grande aún lo son más! Te quiero desde el suelo hasta aquí arriba, te quiero tan alto como lo que soy capaz de saltar, te quiero hasta donde mi vista me permite ver... pero la liebre más grande, siempre logra quererlo un poquito más.
¿Quién no ha soñado alguna vez con darle un mordisco a la luna? Este era el deseo de los animales de este cuento. Solo querían probar un pedacito pero, por más que se estiraban, no eran capaces de tocarla. Entonces, la tortuga tuvo una idea genial: Si te subes a mi espalda, tal vez lleguemos a la luna, le dijo al elefante.